El Dr. Moody Stuart, un gran hombre de oración de la generación anterior, elaboró una vez un sistema de reglas para dirigirlo en sus oraciones. Entre estas reglas está ésta: “Ora hasta que ores.” La diferencia entre orar hasta que pares y orar hasta que ores es ilustrada por el evangelista americano, Juan Wesley Lee. Él a menudo comparó una sesión de oración a un servicio de iglesia, e insistió que muchos de nosotros cerramos la reunión antes que se acabe el servicio. Él confesó que una vez se levanto demasiado pronto de una sesión de oración y comenzó a caminar hacia la calle para atender a un cierto negocio acuciante. Él había ido solamente una distancia corta cuando una voz interna le reprobó. “Hijo”—la voz se parecía decir—“¿no pronunciaste la bendición antes de que la reunión fuera terminada?” Él entendió, e inmediatamente se apresuró de nuevo al lugar de oración en donde él se quedó hasta que la carga fue levantada y vino la bendición.
El hábito de terminar nuestras oraciones antes de que verdaderamente hayamos orado es tan común como es desafortunado. A menudo los diez últimos minutos pueden significar más a nosotros que la primera media-hora, porque tenemos que pasar largo tiempo poniéndonos en el estado de ánimo apropiado para orar con eficacia. Quizás necesitaremos luchar con nuestros pensamientos para reunirlos de donde se han dispersado con la multiplicidad de distracciones que resultan de la tarea de vivir en un mundo desordenado.
Aquí, como en otros asuntos espirituales, debemos asegurarnos de distinguir entre lo ideal y lo verdadero. Idealmente debemos vivir momento-por-momento en un estado de tal unión perfecta con Dios que ninguna preparación especial es necesaria. Pero realmente hay pocos que pueden honestamente decir que ésta es su experiencia. La sinceridad obligará a la mayoría de nosotros admitir que experimentamos a menudo una lucha antes de que podemos escaparnos de la alienación emocional y sentido de irrealidad que a veces viene sobre nosotros como un estado de ánimo prevaleciente.
Cualquier cosa que un idealismo de ensueño nos puede decir, somos forzados a tratar con las cosas abajo en el nivel de la realidad práctica. Si cuando venimos a orar nuestros corazones se sienten embotados y no espirituales, no debemos intentar de convencernos que no es así. Mas bien, debemos admitirlo y seguir luchando en oración. Algunos cristianos sonríen a la idea de “luchar en oración,” pero algo de la misma idea se encuentra en las escrituras de prácticamente cada gran santo de oración desde Daniel hasta hoy. No podemos permitirnos dejar de orar hasta que hayamos realmente orado.
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